Equivocarnos: ¿Es útil o no tiene sentido?
En multitud de ocasiones leemos que está bien equivocarnos o fallar y se defiende con argumentos que logran convencernos de esta filosofía contra-intuitiva. Hay dos posturas al respecto aparentemente contradictorias:
Fallar es bueno mientras aprendas para corregir errores (y en libros de negocio de autoayuda: «hace que te levantes»). Un ejemplo es el de Keisha Blair enseñando resiliencia a las jóvenes generaciones con el argumento de «Está bien cometer errores. Así es como aprendes de esos errores y te recuperas y los puedes utilizar en el futuro»
«Fallar no está bien. Es extremadamente duro. Viene lento y luego súper rápido. Fallar es personal. Viene con muchas noches sin dormir y lidiar con su médico es difícil» Así lo definía Gabriel Aldamiz en su post mortem sobre el cierre de Chicisimo.
El sentido común puede alinear las dos visiones y nos dice que:
Fallar es necesario para aprender.
Fallar es necesario para conseguir la manera correcta de hacer las cosas.
Fallar nos hace más duros.
…. pero lo que queremos realmente es hacer las cosas bien y tener éxito.
En la sociedad actual aprender ya no es solo para los jóvenes, con lo que los traspiés son parte del camino sin importar la edad y la etapa profesional en la que te encuentras cuando aprendes una nueva disciplina. Pero la actitud de aprender de los fallos no significa autocomplacencia que te haga no llegar a los objetivos marcados.
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