Cada generación ha tenido su propio miedo a la adicción a una nueva tecnología. En todas fracasa la ciencia
Siempre hay un libro del que tener miedo. O una radio. O unos videojuegos. En un largo y completo paper, la psicóloga Amy Orben explica y recuerda los pánicos tecnológicos que se han vivido a lo largo de la Historia. Todos ellos repetidos, como si fuésemos Sísifos obligados a subir una y otra vez la piedra del miedo a las adicciones que las novedades nos provocarán.
Antes fue la radio: en un artículo científico publicado en 1941, los autores sostenían que el 57% de los niños eran extremadamente adictos a los show radiofónicos y películas sobre crimen y que los usaban como “un alcohólico usa la bebida”. Es más, sostenían que esas ficciones radiofónicas tenían un efecto inhibitorio en cada órgano del cuerpo.
Crecimientos exponenciales: Orben asegura que la mayoría de los estudios científicos sobre las consecuencias de un cambio tecnológico llegan demasiado tarde. En 1922, había 6.000 aparatos de radio en EEUU; en 1940, 44 millones. La discusión sobre sus efectos en la infancia fue relevante entre 1935 y 1945. Hoy, nadie se plantea el daño y la adicción que la radio hace en los niños. Es más, muchos padres darían lo que fuesen por que sus hijos escuchasen la radio en vez de jugar a Fortnite o pasar el día en TikTok.
Cuatro fases. Orben mantiene que hay cuatro fases en la investigación científica y psicológica de las consecuencias de las nuevas tecnologías: 1) la creación del pánico; 2) el outsourcing político; 3) la reinvención de la rueda; y 4) la constatación de que no se progresa en las investigaciones… y el nuevo pánico que eso provoca.
Es un ciclo de Sísifo para la ciencia: en la creación del pánico intervienen, de manera conjunta, el determinismo tecnológico y los pánicos morales. Ante ellos, los políticos buscan a los científicos para que les expliquen cómo actuar (y los científicos acuden a esa llamada por interés en el área, pero también por la promesa de financiación). Tras esa fase 2, la ciencia actúa siempre de manera parecida: ante las preocupaciones, pone el foco en lo que parece nuevo a simple vista y, en palabras de Orben, “se pasa por alto de manera rutinaria que cada nueva tecnología comparte más similitudes que diferencias con sus antecesores”. Se intenta reinventar la rueda teórica, pero se carece de teoría, no hay consenso suficiente entre investigaciones y las respuestas de los investigadores a menudo ofrecen respuestas básicas que otros investigadores ya lograron al investigar tecnologías pasadas.
Actuar más rápido nunca es suficiente: Precisamente por cómo se induce el pánico y por cómo los políticos acuden a la ciencia para tratar de saber cómo legislar, es importante para ella tener más claro que nunca que siempre se estudian estos nuevos fenómenos tarde. O, en palabras de Heidegger, “nadie puede prever los cambios radicales que vendrán. Pero el avance tecnológico se moverá cada vez más y más rápido y no puede ser detenido”. Ante la imposibilidad de obtener respuestas que guíen las políticas, el pánico acaba disipándose de la manera más sencilla posible: una nueva tecnología ocupa la atención de la sociedad y comienza el ciclo de nuevo.
Y, entonces, ¿qué hacemos?: Orben ofrece propuestas para romper el ciclo o acelerar la evidencia científica como únicas maneras de evitar volver a cargar la piedra por la colina. Pero es un trabajo interesante para replantearnos nuestra propia perspectiva cada vez que nos entre el miedo ludita.